El 10 de marzo de 2025, el Ayuntamiento de Valladolid convirtió su salón de plenos en un teatro donde la trama ya estaba escrita de antemano.
Oficialmente, la sesión extraordinaria se convocaba para pedir a ADIF que no cierre la puerta al soterramiento con su proyecto de remodelación de la estación Campo Grande. En la práctica, fue un acto coreografiado para reforzar la idea de que toda la ciudad clama por enterrar las vías. Un relato fabricado, una escenificación pensada para generar titulares y desviar la conversación de los problemas reales de Valladolid.
De las 18 intervenciones de asociaciones invitadas, 15 defendieron el soterramiento y solo 3 se posicionaron a favor de la integración ferroviaria.
“El futuro de Valladolid pasa por el soterramiento, y debemos modificar el convenio de 2017 y recuperar el proyecto que esta ciudad merece”, sentenció la representante de la Plataforma por el Soterramiento. En contraste, Ecologistas en Acción alertó sobre el coste y la inviabilidad del soterramiento, insistiendo en que “se están ignorando los problemas reales de movilidad para perpetuar una batalla política”.
Mientras los primeros contaban con el respaldo del ambiente festivo y jaleador del público, los segundos fueron recibidos con abucheos y burlas sin que se pusiera el suficiente orden. Un desequilibrio que, lejos de ser casual, responde a una estrategia calculada: reducir la integración ferroviaria a una postura minoritaria, residual, casi anecdótica.
Desde el inicio, el alcalde Jesús Julio Carnero dejó clara la dirección del pleno. Su discurso inaugural no fue un intento de mediar entre posturas, sino una declaración de intenciones contra la integración ferroviaria impulsada en 2017. Presentó la sesión como una defensa de los intereses de Valladolid, pero el marco estaba claramente sesgado: convertir el debate en una batalla política contra el Gobierno central y el ministro Óscar Puente, más que en una discusión técnica sobre lo mejor para la ciudad.
Entre los defensores del soterramiento, la CEOE Valladolid, AVADECO, asociaciones vecinales de Pilarica, Delicias o Pajarillos y la Plataforma por el Soterramiento desplegaron sus argumentos de siempre: el muro ferroviario divide la ciudad, dificulta la movilidad y perpetúa desigualdades. Pero la verdadera pregunta no se formuló en el pleno: ¿por qué, si en barrios como Pilarica, Delicias o Pajarillos la mayoría votó a partidos que defienden la integración en 2023, sus asociaciones vecinales se alinean con la postura contraria? ¿Representan en esta ocasión realmente estos colectivos a sus vecinos?
En la otra orilla, CGT, Ecologistas en Acción y la AV Rondilla defendieron la integración como la única alternativa viable. Recordaron que en 2017 se descartó el soterramiento porque era inviable económicamente, que Valladolid necesita inversiones realistas y que la nueva estación podría mejorar la movilidad sin necesidad de enterrar las vías.
Rocío Anguita (Valladolid Toma la Palabra) fue tajante en su intervención: acusó al alcalde de resucitar un mito político para distraer a la ciudadanía de los problemas reales de la ciudad. Desde el PSOE, se insistió en que este debate ya se resolvió hace años, y que la prioridad ahora debería ser ejecutar las obras pendientes para mejorar la permeabilidad de la vía.
Pero este discurso quedó sepultado bajo la hostilidad del público y la indiferencia de la mesa del pleno. Los abucheos y las interrupciones contra los defensores de la integración ferroviaria fueron constantes, sin que se tomaran medidas para frenar la crispación. Una diferencia notable con otros plenos donde las protestas han sido rápidamente sofocadas. Todo indicaba que el espectáculo tenía una dirección clara y que las voces discordantes eran meros figurantes en el guion establecido.
Más allá de la cuestión ferroviaria, el desarrollo de la sesión dejó en evidencia el verdadero propósito de esta convocatoria: ruido mediático, polarización y una cortina de humo que impide hablar de los problemas estructurales de la ciudad. Mientras se habla de esto no se habla del acceso a la vivienda, de la crisis del comercio local, del paro juvenil, de la contaminación y limpieza de la ciudad o de la precariedad del transporte urbano. No hubo un solo minuto dedicado a discutir cómo hacer que la ciudad sea más habitable, accesible y sostenible. Solo soterramiento sí o no. Como si Valladolid no tuviera más preocupaciones.
El pleno fue, en definitiva, una exhibición de fuerza política disfrazada de participación ciudadana. ¿Hasta cuándo seguirá Valladolid atrapada en debates estériles mientras los problemas reales quedan relegados?
Tal vez sea hora de exigir menos teatro y más soluciones concretas para la ciudad. Se buscó reforzar una narrativa, silenciar voces disidentes y seguir alimentando la confrontación. Pero los vecinos de Valladolid merecen más que debates tramposos y sobreactuaciones.
Si realmente se quiere construir una ciudad cohesionada, el debate sobre la integración ferroviaria no puede seguir siendo una nota a pie de página. Porque, mientras la política se enreda en estas representaciones, la vida sigue y los problemas de verdad continúan esperando soluciones.