Hace unas semanas se confirmó una noticia que, aun siendo de gran interés para la ciudad, fue poco promocionada desde que a mediados del 2023 se dejara caer en los diarios: la Catedral de Valladolid será restaurada.
Al hilo de esta cuestión, a uno le toca preguntarse ¿necesita la catedral pucelana ser restaurada? Este es posible el monumento más emblemático y, sin embargo, el más despreciado de la ciudad. No tanto por los habitantes, que siempre nos referimos a ella con elogios ligeros y piropos comedidos: “la Catedral es especial”, “la Catedral es única”, “la Catedral es bonita” o (mi favorito) “la Catedral iba a ser la más grande de Europa”.
Yo suelo optar por la sinceridad: la Catedral de Valladolid no es hermosa ni de lejos, pero es maravillosa, en tanto que está inacabada (que no incompleta).
De las muchas cosas que aprendí cursando el máster de arqueología en Sevilla, fue a valorar la información que una sola pared en ruinas puede transmitir. La Arqueología de la Arquitectura, una disciplina tan interesante como compleja (es endiabladamente difícil si tienes problemas de visión, facilidad para distraerte y no cuentas con paciencia infinita), estudia las edificaciones para, descomponiendo y analizando las huellas que entre sus muros ha dejado el proceso constructivo, poder recrear su historia y la del entorno donde se aloja.
Como si de un juego de Lego se tratara, esta disciplina extrae (mentalmente) aquellos espacios que conforman la estructura de un edificio según el periodo histórico en el que se enmarcan, atendiendo a añadidos y eliminados, y buscando aquello que debería estar por la lógica constructiva, pero de lo que se carece, para al final, analizando todo, dibujar un mapa (aunque más bien parece un entramado de ideas unidas por líneas) que exponen al desnudo la vida de ese monumento. Como no podía ser de otra forma, cuanto más cosas raras haya en el sitio histórico más difícil es de analizar, y cuanto más difícil, más entretenido. Es aquí donde entra nuestra “ruina especial”.
Es bien sabido que la catedral diseñada por Juan de Herrera (ese señor que modificó el castillo de Simancas para albergar el archivo de la Monarquía Hispánica; adaptó la casa-lonja de Sevilla, futuro Archivo de Indias y, como no, edificó el El Escorial) se levantaría sobre los terrenos donde, por aquel entonces, se encontraba la Colegiata vallisoletana. Llamado a ser el templo más grande de Europa, el culmen de la arquitectura herreriana aplicada al culto (si alguien quiere hacerse una idea de como habría sido, recomiendo visitar la Iglesia de Santiago de Cigales), lo que queda hoy en día no llega ni a la mitad de lo proyectado. Y no (solo) por destrucciones calatimosas (como el derrumbamiento de la torre suroeste en el terremoto de Lisboa), sino porque su fábrica nunca llegó a concluirse.
Donde otros ven pena, yo veo suerte. Nuestra inacabada catedral, ahora mismo es una quimera que mezcla los restos de la románica colegiata de la Edad Media sin terminar de desmontar, el inicio del templo herreriano de Edad Moderna en su cabecera, una torre octogonal contemporánea que se adapta al espacio cuadrangular original y, finalmente, un “Leduc” franquista que cierra el templo en la plaza de la Universidad. Sin necesidad de conocer la disciplina antes mencionada, cualquiera puede visualizar sin problemas las diferentes épocas históricas del edificio (y por tanto de nuestra ciudad).
¡Que impresionante habría sido la catedral terminada! ¡Magnífico templo herreriano! ¡Que hermoso! (Y que aburrido). Seamos sinceros, en Valladolid no podemos quejarnos de ausencia iglesias ni de carencias de patios y edificios herrerianos. Es más, en Castilla y León no andamos cortos en cuanto a catedrales esplendorosas se refiere. Una catedral más podría haber engrosado la lista de turismo pero no habría resaltado contra las vidrieras leonesas, el gótico burgalés o el estilo bizantino de Zamora. Por otra parte, nuestro didáctico templo capitular sí que destaca (aunque haya quien quiera hacer mofa de ello).
¿Cuál es el mayor problema que siempre he visto al respecto? Desinterés patrimonial. Nunca se le ha sabido sacar partido ni al edificio ni al entorno, al menos no de una forma realmente llamativa. Está claro que la Catedral, como tal, no tiene sentido; y el Cabildo bien sabe que su museo estaba más bien escondido (al igual que el archivo catedralicio).
Es por esto que la noticia de una futura restauración de la Catedral se me antojó esperanzadora (y he de decir que con ciertos temores). De primeras, todas las obras de arte que acoge necesitan como mínimo una limpieza y el propio edificio precisa de ser limpiado de plantas que ahora crecen entre sus muros y tejas. Pero lo que de verdad se necesita, y se ha propuesto, es una reforma del propio concepto de la misma. En las pocas noticias emitidas, se habló del deseo de abrir (al fin) el patio de la antigua Colegiata al público, y también reformar y modernizar su museo. Personalmente optaría por abrir las puertas traseras (transformándolas tal vez en la entrada al museo) y, puestos a soñar, eliminar el bloque que se alza en medio del complejo (creo que actual parroquia, pero no lo puedo confirmar).
Deseo de veras que esta noticia no sea un simple castillo en el aire y que la propuesta finalista consiga revalorizar tanto la Catedral como todo el entorno, devolviendo a los ciudadanos un espacio de todos y, finalmente, reactivando visualmente el corazón del casco histórico de Valladolid. Porque uno de los mayores males patrimoniales de nuestra ciudad es la ausencia (visual) del casco histórico (por motivos urbanísticos que ahora no vienen al caso), y si esta obra se efectúa con sentimiento podría servir de pilar para recuperar y construir esa Valladolid que tanto queremos.
Con todo, espero que la próxima vez que paséis cerca, si tenéis tiempo (y el clima lo permite) dediquéis unos segundos a observar las imperfecciones que hacen de este edificio tan único un espejo de nuestro hogar. Veremos en que quedan todas estas reformas y, en caso de haber motivado a alguien, si nos toca levantar el puño de pucelanos para reclamar la obra prometida.